La dualidad de la Tierra, la dualidad del Universo, se compone de un lado sutil y de un lado denso, todo está compuesto por iones positivos e iones negativos.
Tal cual el árbol se compone de su raíz, también de sus hojas y flores.
En la realidad existente, aquella que observa cada ojo, todo se compone de algo agradable y de algo menos agradable, de día y de noche, de luz y de sombra.
Identificando la luz según nuestro estado de conocimiento interno,
y tendiendo a juzgar siempre la sombra según nuestra propia consciencia.
Así, se expande nuestra consciencia y también se expande nuestra capacidad de comprender.
A medida que nuestro corazón y nuestros ojos actúan como un sensor de comprensión, en todo aquello que nos rodea surge, cada vez, más y más amor.
Todo aquello que podemos identificar cómo día, como bueno, como arriba, como blanco, tendemos a llamarle luz.
Todo aquello que tendemos a identificar cómo oscuro, como noche, como negro, como malo, tendemos a llamarle oscuridad.
No obstante, la luz y la oscuridad son parte de un mismo núcleo, es la dualidad que conforma todo el Universo.
El único camino para reconocer nuestra unidad es amando nuestra dualidad, y nuestros límites.
Así, el ángel bueno o el demonio malo que llevamos dentro se funde en nuestro interior, la dualidad que somos se funde en la unidad, para generar una gran llama, una gran luz, una gran sombra o una gran oscuridad, opaca y fría.
Según quién esté observando ese ser transformado, y de su grado de consciencia, podrá ver a un ser hermoso y bueno, si lo que brilla dentro de ese ser es luz, o a un ser maléfico o malvado, si lo que brilla dentro de ese ser es oscuridad.
Sin embargo, ambos seres son totalmente perfectos, son totalmente hermosos y divinos.
¿Es acaso más feo un diamante negro que un diamante blanco? ¿Acaso es más feliz la raíz que la flor del árbol? ¿Quién soy yo para juzgar? ¿Quién soy yo para determinar dónde está o no la belleza?
¿Quién soy yo para dejar de sentirme manifestado en cualquier forma de existencia? ¿Es que no soy acaso la mismísima existencia explosionada en cualquier forma, en un cuerpo humano? ¿Acaso es que la consciencia depende de la flor o de la raíz?
Querido caminante de tu propio sendero, ¿en que nivel de consciencia te encuentras? No es más arriba, no es más abajo.
¿Estás juzgando? Si estás juzgando solo te estas juzgando a ti mismo en otra forma, recuerda que todo juicio es el resultado de un pensamiento distraído.
Hoy te invito a observar y te invito a reconocerte en cada una de las palpitantes formas de la consciencia manifestada y a recrearte tanto en el pétalo de la rosa como en la espina, tanto en la raíz del árbol como en sus flores, tanto en la faz de la Tierra como en los espejos del cielo.
Caminante de tu propio sendero, tú eres el equilibrio, tú eres el instante perfecto de la creación, tu eres la manifestación de la mismísima consciencia, tu eres la luz y también la sombra.
Tu piel se convierte en tu sombra y tu ser se transforma en tu luz cuando alcanzas la sutileza de poder observar dentro de ti esa mismísima luz brillante que no te deja ver dentro, porque reconoces que estás fuera de ti, a cada instante, en cada uno de los seres que observas.
Si decides amar, ama cuanto te rodea, no importa cómo, no importa el porqué, ama todo cuanto te rodea, sin sacrificios.
Si decides odiar, odia todo cuanto te rodea, pues el estado de perfección está tanto en tu estado Yin como en tu estado Yang.
Desarrolla tu máximo potencial, mas no se te olvide tener en cuenta siempre que si siembras pinchos recogerás pinchos y que si siembras flores recogerás hermosas flores, pero no ya solo con tus actos o gestos, sino con tus emociones, sentimientos y pensamientos.