Cuando intentamos que ese Dios que observamos sea observado por otros ojos, nos estamos acercando a un Dios individual, a una proyección creada según nuestras propias bases de conocimiento, según nuestras propias bases de consciencia.
Cuando abrimos la ventana de nuestro conocimiento, abrimos la ventana de nuestro corazón y nos permitimos despersonificar a ese Dios,
nos adentramos en ese conocimiento de Dios que reconoce que no esta allí arriba, en ese cielo, sino que ese cielo esta aquí, en la Tierra.
Entonces reconocemos que ese Dios habita en cada uno de los seres, en todas las mujeres, en todos los hombres, en todos los niños y también en todos los ancianos.
Reconocemos que esa manifestación de Dios esta en cada planta, en cada río, en cada gota de agua.
Nuestra vida se convierte en adoración continua, porque no dejamos de observar a ese Dios en cada instante de nuestras vidas, porque reconocemos que cada acto es una adoración a Dios.
Dejamos de movernos en círculos intentando encontrar esa naturaleza y empezamos a observar ese templo en cada lugar.
Dejamos de correr buscando vórtices energéticos, dejamos de intentar retirarnos del mundo y sabemos que el mismo mundo es Dios vibrando.
Debemos llegar a comprender que la realidad de Dios esta revelada a la potencia del ser humano.
Ese Dios puede ser tu fuente, puede ser la energía pura, puede ser tu Yo superior, puede ser todo aquello en lo que creas o no creas.
Si bien, es cierto que la suma de todas tus facultades de percepción y recepción, intuición e intelecto, emoción y razón, voluntad e inteligencia, se deben fusionar.
Solamente así hallaras a ese Dios, a esa Fuente, a ese Principio y Fin, al Absoluto, tanto dentro de ti como fuera de ti.
En ese instante, tu corazón se llena de la constante presencia, de bondad, de gratitud y de amor. Se explosiona esa fuente divina que reside dentro de tu corazón y desaloja todo temor.
Dejamos de esperar un día para ser celebrado porque celebramos cada día, dejamos de observar un lugar mas especial que otro porque reconocemos que la existencia, en sí misma, es especial.
Nuestro cuerpo camina mas ligero, nuestro andar deja de ser un andar interior, porque el mismo exterior se ha convertido en tu propio cuerpo.
Desaparece cualquier criterio, desaparece cualquier necesidad de identificarte con algo, porque reconoces que ese algo es todo aquello cuanto te rodea.
Cada espacio se convierte en un templo sagrado, cada ser se convierte en un Dios.
Sentimos la gran explosión interna de bondad, de profunda presencia,
de llama viva, reconocemos la eternidad de la vida en un instante y recordamos que este instante también es la eternidad.
Observamos importancia en todo cuanto nos rodea y reconocemos que todo es consciencia, que todo es fuente.
Permitimos que nazca desde nuestro corazón la relación mas próxima y cercana a esa hermosa fuente, mas no llenamos directamente nuestro corazón con cada cosa que puede desaparecer ante nuestros ojos, nos llenamos con aquello que no perciben nuestros ojos, con aquello que solo es percibido por nuestra piel.
Y en ese sentimiento de amor hacia la existencia, de amor hacia Dios, hacia lo inmortal, nos llenamos de vida, de paz, de gratitud y de amor.
Sentimos, cada inhalación y cada exhalación, el mismísimo aliento de vida, que nos recuerda que el cielo ya esta aquí, y nos llenamos de bondad, de alegría y de paz.