La convivencia en una sociedad es la prolongación de la convivencia en nuestros hogares.
La convivencia en nuestro hogar es una manifestación de nuestro más ínfimo pensamientos, ese que subyace en el subconsciente, a donde solo podemos acceder a través de los personajes que nos rodean en nuestro entorno.
Y más aún, a través de los personajes que deciden convivir en un espacio geográfico, más delimitado por nuestras propias consideraciones, en eso que creemos llamar convivencia.
Cuando aprendas a convivir contigo mismo, entonces, podrás convivir con todo aquello cuanto te rodea.
Cuando aprendas a convivir con tus personalidades y te des cuenta de que a cada instante eres un ser totalmente diferente y que la personificación con la que puedes identificarte es totalmente variable, notaras que solamente eres una consecuencia de todo aquello que ya has sido.
Notaras que eres una manifestación mágica del amor y que has perdido la capacidad de no aceptarte, porque eres la mismísima existencia manifestada aceptándose a sí misma.
Dejaras de observarte como un ser separado, como un ser individual, porque todo cuanto observes serás tu, allí, manifestado.
Entonces, conocerás la no existencia, la no separación.
Recuerda que para poder convivir con todas las personas lo único que tienes que recordar es volver a inhalar y volver a exhalar, y que solo aprendiendo a convivir con nosotros mismos aprendemos a convivir en familia, como padres, hijos, hermanos o parejas.
Recordemos, cada día, que la inteligencia infinita existe y habita dentro de nosotros, que la comprensión de todo aquello que nos rodea nos invita a amar, y que el principal ser vivo que debemos tolerar, comprender y aceptar para convivir, es a nosotros mismos.
La convivencia en un mundo nuevo llega cuando sabemos convivir con nosotros mismos, y esto solo se logra a través de la aceptación, del amor propio, del no sacrificio, del servicio hacia uno mismo, principalmente.
Ese servicio donde aprendemos a dar y recibir a la vez, ese que rebosa armonía y sosiego, sin intentar doblegar ningún pensamiento, ninguna idea, ese donde fluyes con la mismísima existencia.
Ese servicio que, paulatinamente, hace que todo rebose y que en algún momento se inicie tu florecimiento.